jueves, octubre 18, 2007
Ale... parece que ya me ha terminado de venir la inspiracion para escribir el capitulo completo de esta nueva historia.
Parte de una premisa quizas un tanto tipica... no termino de estar contento con el resultado (Falta de escenarios, falta de personajes, falta de TO!), pero espero que aunque el comienzo sea algo flojo... conforme avance sea mas atractivo. Aviso, eran 6 paginas de word. Por lo que probablemente sea un tanto largo para leerselo de una sentada...
Ahi os dejo con esto, y a la cama. Se agradeceria comentario si lo leeis... sea o no por completo XD. Si no lo terminais, se agradeceria saber el por que para mejorar :).
Intruso - Capitulo primero
Le dolía la cabeza horrores. Su cuerpo en general parecía quejarse como se quejaría el de un gimnasta intentando hacer movimientos imposibles. La boca le sabia a sal, tenia la nariz taponada, la cara llena de arena y se sentía como si tuviera una pesa de varias toneladas sobre el.
Lo curioso es que no recordaba haberse sentido mejor en toda su vida. De hecho, no recordaba en esos momentos absolutamente nada de ella.
Intento abrir los ojos, cerrados y pegados entre si por el salitre que comenzaba a secarse. Sus oídos parecían oír, de forma apagada y amortiguada, olas. Lo cual añadido al resto de lo que sentía, era suficiente para concluir que estaba en una playa.
Pero necesitaba verlo. Hizo un esfuerzo sobrehumano para abrir los ojos, y sintió como la luz intentaba quemar sus retinas, viendo tan solo un destello blanco. Profirió un sonido gutural, salido con no sabia que fuerzas, y mezclado con agua de mar y toses.
Pareció llamar la atención de algo a lo lejos.
- ¡Rápido! ¡Allí hay un superviviente!
Al menos parecía que ese algo no iba a suponer más problemas para él. Parecía una persona, que se acercaba corriendo por la arena hacia el. Volvió a intentar abrir los ojos, y esta vez pudo ver algo con más claridad. Una silueta. Una mujer.
Se había equivocado. No era una persona. Era un ángel.
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Cuando volvió a despertarse, estaba en un sitio que poco o nada tenia que ver con la playa. Se sentía calentito, seguro entre sabanas de suave tela. Abrió un poco los ojos, con cuidado y dificultad, ya que el salitre seguía presente en toda su cara.
Estaba en una cama, en una habitación bastante austera. La oscuridad predominaba en la estancia, lo cual era bastante de agradecer para sus pobres ojos. Un examen más a fondo de la habitación le reveló la presencia de una mesilla con una palmatoria que sostenía una vela a medio consumir, un armario, una librería y una silla. Las paredes, de un material compacto y arenoso, estaban desnudas, y el suelo, de cerámica, relucía con la mínima luz que dejaba pasar la única ventana de la habitación. Esta se hallaba frente a el, tapada por un par de pesadas cortinas.
Por primera vez en todo el rato que estuvo, se paro a pensar realmente... ¿Qué era ese sitio? ¿Por qué no conseguía recordar nada de lo sucedido? ¿Había soñado lo que le había pasado antes, o era una mala pesadilla?
Aunque esta pregunta se respondió rápido, se llevo la mano lentamente a la cara rascándose de forma instintiva y sin fuerza las costras de sal de la cara. Se sobresalto al sentir una oleada de dolor por su cuerpo, y se miro la mano. Estaba hinchada, llena de cortes, las uñas rotas como si le hubieran pegado con una madera en cada una de ellas, y arena intentando haciendo mayor la separación entre sus dedos y las destrozadas uñas. Tembló. Y sin querer, volvió a soltar otro sonido gutural. Tenia miedo, miedo a no saber que hacia allí, no saber que le había pasado, y mucho mas a descubrirse a si mismo tan malherido.
Al momento una puerta, escondida tras una esquina de la habitación, se abrió, inundando la estancia de un color ambarino correspondiente a la luz del atardecer. Él se llevo las manos a los ojos como pudo, sin cerrar sus malogradas manos, intentando proteger sus ojos del ataque de la luz. Aunque no tuvo que forcejear mucho, inmediatamente la luz desapareció con el ruido de la puerta cerrándose. Había entrado alguien en la habitación. Se quedo mirándolo desde donde estaba, con una mezcla de miedo y piedad en la cara, a lo que el respondió con una mirada lo más intimidatoria posible, aunque sin demasiado éxito debido a su estado. Ella alzo las manos por encima de la cadera, con la palma extendida, y comenzó a hablar suavemente mientras avanzaba lentamente hacia él.
- Tranquilo... tranquilo... Estas a salvo, no tienes nada que temer...
Le hubiera encantado responder a eso, pero por mas que lo intentaba, lo único que conseguía sacar de su garganta era un áspero rugido... por lo que hizo lo mas sensato que se le ocurrió... callarse, y dejar las manos quietas sobre las sabanas, intentando que le dolieran lo menos posible. La mujer sonrió al ver la reacción, y termino de acercarse los pasos que le faltaban, cogiendo la silla y sentándose a su lado.
Esto la permitió verla más de cerca. Pelo largo hasta los hombros, negro. Tez ligeramente morena, cejas finas, nariz recta, labios finos y rasgos delgados y ligeramente pronunciados. Iba vestida con un delantal, una falda larga de color verde botella y un jubón de color beige. Se movía con educación, y los modales con los que se había sentado frente a el lo habían dejado pasmado. Entonces, envolvió sus manos, demacradas, con las suyas propias, finas, de dedos y uñas largas.
- Oh... Entiendo. Te debe doler mucho. Pero deberías estar contento, mucho es que hayas sobrevivido.
¿Sobrevivido? Bueno... tenía algo de sentido. Hizo un gesto con la mano, cansado de herir aun más su garganta. Quería saber más.
- ¿No recuerdas nada? Te encontramos en la playa, medio muerto, entre los restos de un naufragio. Mi padre insistió en traerte a cada cuando comprobamos que tenías una oportunidad... y no parece haberse equivocado. Dice que es su forma de ayudar al senescal, ya que su cuerpo no esta preparado para los rigores del combate...
La cabeza comenzó a darle vueltas. ¿Naufragio? ¿Compasión? ¿Iba en barco y lo habían atacado? ¿Con que motivo?
¿Y por que no conseguía recordar nada de eso?
- No te esfuerces demasiado. – Dijo ella, probablemente tras ver su cara pensativa. – Has tenido mucha suerte, y seria un desperdicio que echaras a perder mis esfuerzos agotándote en balde. – Sonrió. Después, con cuidado, volvió a dejar la mano del hombre sobre su pecho, levantándose. – Voy a traerte agua... un barreño, para esas manos, y un vaso para ti. Estoy segura de que no se te ha comido la lengua el gato... a ver si así conseguimos que se recupere antes.
Dicho y hecho. Salio del cuarto, sin que esta vez la luz le hiciera tanto daño, y volvió con un vaso de barro impermeabilizado y un barreño metálico oxidado. Aunque por un momento prefirió no haber visto el contenido bamboleante del recipiente... como un resorte, dio una arcada, y se asomo a donde pudo, aguantando como pudo el vomito, mezcla del agua de mar que aun guardaba en su cuerpo, y de la arena y algas que había tragado.
Sin duda, una forma fantástica de dar las gracias por los cuidados, ensuciar el suelo de la habitación que te han dado.
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Al menos ella no se lo tomo con demasiado mal humor. Pero sus amenazas de hacer la colada a cambio de ello durante varios días sonaban demasiado serias. Después de que ella limpiara el estropicio, él bebió sin pensárselo el vaso, esperando suavizar su demacrada garganta, y metió las manos malheridas en el barreño, ahora apoyado sobre su barriga, no sin antes arrugar el gesto por el escozor de las heridas.
- Vaaamos, vaamos... seguro que eres más duro que eso, no te quejes. – Dijo, sonriente. “Tampoco es que me haya quejado.” – Pensó para sus adentros.
La chica volvió a sentarse, mirándolo fijamente. Comenzó a sentirse un poco incomodo, observado como un animal de feria. Y después de pensárselo un par de veces, intento articular alguna palabra.
- ¿Co... cómo te – Tosió, haciendo que el pequeño barreño se agitase – llamas?
La frase tuvo el mismo efecto que una bofetada. Se sobresalto, sin duda extrañada por oír hablar al hombre, y pudo ver como se sonrojaba. No podía creer que se acabara de dar cuenta de que se había quedado mirándolo como una boba.
- Perdona... Me llamo Sarai, y bueno... bienvenido. ¿Cuál es tu nombre?
El chico abrió la boca, dispuesto a responder, pero se quedo en blanco. ¿Qué es lo que iba a decir? Su nombre. Tendría que ser algo inmediato el decirlo. Pero por algún motivo... no conseguía recordarlo. Ni tan siquiera recordaba tener uno. ¿Cómo era posible? Quizás, si comenzaba a hablar, saldría solo...
- Soy... soy... – Dijo, volviendo a quedarse en silencio. Una lagrima afloro de sus ojos, cada vez mas nerviosos, a la vez que le temblaba el labio inferior, conforme aceptaba la realidad. Su nueva realidad - ... no lo recuerdo. - ¿Me estas tomando el pelo, no?
Por su reacción, se lamento inmediatamente de haber formulado esa pregunta. Se acerco a el, sentándose en el borde de la silla, y apoyo su mano sobre la mejilla del confundido y atemorizado hombre. Consiguió tranquilizarlo con el gesto, y devolverlo de donde fuera que estuviera buscando todo aquello que “simplemente, debería estar allí”.
- Tranquilízate. Esto es más habitual de lo que crees. – Busco su mirada con sus ojos, en un intento de calmarlo – No es la primera vez que traemos a casa a un superviviente de un accidente como el tuyo, y es incapaz siquiera de quitarse los zapatos.
El hombre sonrió con lo último, con los ojos aun llorosos. Sarai se repitió para si misma cuanto de verdad había en sus palabras. Pero, en realidad, era la primera vez que veía unas secuelas mentales tan brutales. No pudo evitar sentirse conmovida con el tremendo contraste que era verlo herido, tumbado, y aun así, sintiendo mas dolor en su alma que en cualquiera de las heridas que tenia.
No tardo demasiado en volver a sumergirse en su mente, probablemente formulando preguntas ávidamente sin que recibieran respuesta. Quizás... seria mejor dejarlo a solas consigo mismo. Que se encontrase, o al menos, lo intentase, sin sentirse incomodado. Hizo ademán de levantarse, y le sorprendió la reacción de el.
- Por favor... no te vayas. – Dijo, mientras cogia su mano todo lo firmemente que pudo. Sus ojos verdes como el mar se clavaron en los suyos, tensos, mostrando todos sus miedos, y enseñándola que, lo ultimo que necesitaba en esos momentos, era quedarse solo.
Volvió a tomar asiento, y cuando el aflojo los dedos que la habían detenido antes, ella los volvió a coger, con suavidad. Abrazo la mano del hombre con las suyas, mirándolo a la cara, comprobando como se calmaba... y cerraba los ojos, volviendo a sumergirse en busca de lo que fuera.
Tardo poco tiempo en caer dormido. Sarai no pudo evitar conmoverse al verlo, malherido, inmovilizado en una cama, y sabiendo que las peores heridas que sufría eran las únicas para las que no tenia remedio...
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El hombre se despertó varias horas después. Estaba solo en la habitación, y el sol de la mañana se filtraba por las cortinas. Se sentía algo mejor que el día anterior, sintiendo menos escozor en las heridas, pero descubriendo que podía sentir calambres y dolores en sitios en los que ni sabía que podía sentirlos. Aparte de eso, tenía un dolor de cabeza de aúpa, siendo el culpable una especie de ariete, que golpeaba una madera sin parar.
Resulto ser una mano, y no un ariete, golpeando en la puerta de la casa, por los ruidos que escucho después. Alguien entró en la casa corriendo, y haciendo ruido pisando fuerte con sus botas contra el suelo. Le llegaron voces amortiguadas a través de la puerta de “su” habitación.
- Señorita, haga el favor de cooperar desde el primer momento. ¿Dónde esta? - ¿Dónde esta quien? – El chico no tuvo problemas en reconocer esta voz como la de Sarai, pero... la otra voz, indudablemente masculina por su profundidad, era desconocida para el. - Los consortes del senescal... ¿¡¿De quien voy a estar hablando, maldita arpía?!? ¡¡Del herido al que trajisteis aquí hace poco!! Podría ser un enemigo. - ¿Un enemigo? ¿De que estáis hablando, mi señor? - No intentéis mentirme... se que un desconocido llego aquí hace un par de días malherido. – La voz fue cobrando cada vez mas fuerza – ¡Y pienso encontrarlo!
Esta última frase coincidió con un tremendo portazo. El desconocido lo había encontrado al fin. Era un hombre de complexión increíblemente fuerte, tanto que su cuerpo parecía una especie de peonza, revelando unas piernas, aunque musculosas, parecían sujetar con dificultad la masa de músculos que tenia encima, y lo que era peor... una pesada armadura plateada llena de remaches dorados y elementos decorativos.
“Ideal para pasar desapercibido” – Pensó.
- ¡Aquí estaba! ¡Lo sabia! - Por favor, no grite. Esta herido, y no es ningún enemigo de la patria. – Dijo Sarai, entrando tras el. - Eso tendré que determinarlo yo. – Su tono revelaba orgullo puro, sin duda si al final conseguía lo que se propondría, lo escucharía hasta la última mosca del lugar. – Dime, extraño... ¿Cuál es tu nombre? - Pero... - ¡Deja que responda el!
Dicho esto, el extraño personaje se acerco a su cama, levantando la pierna, y posando, sin ningún tipo de delicadeza, su bota manchada de tierra sobre el lecho, en gesto intimidatorio y expectante. No tuvo mas remedio que tragar saliva, y responder.
- No... no... - ¡Nooo seas tan tonto de no responderle, Alexander! – Dijo Sarai, deprisa y corriendo, y haciéndole un guiño a espaldas del militar – Cuanto antes respondas a las preguntas de este señor, antes se ira.
El soldado fue a replicar algo por la nueva interrupción, pero resulto complacido por el refuerzo de su autoridad. Sin duda... tremendo ego. Prefirió seguir la corriente.
- Me llamo Alexander, pero lamentablemente, no recuerdo nada más acerca de mi mismo o de lo que me ocurrió... mi memoria llega, como máximo, hasta el accidente. - Accidente en el que te quedaste varado en la playa, ¿verdad? - Si... - ¿Sabias que justo aquel día hubo una batalla con los Lorks? Una batalla marítima... hubo bastantes bajas... - Pero si no me equivoco, nosotros fuimos los que sufrimos las bajas, y ellos apenas se llevaron un par de rasguños en el casco de sus naves. – Respondió Sarai, de nuevo, mostrándole por donde quitarse de encima al molesto personaje. - Mujer, a la próxima que necesite tu inútil opinión, te lo preguntare. Pero hasta entonces, quédate con la boca callada.
Alexander guardo silencio, esperando a que se calmaran un poco los ánimos antes de responder.
- Si le soy sincero, no recuerdo absolutamente nada... Tan solo la playa, aferrado a un tablero de madera... y banderas blancas y azules. – Añadió, sorprendiéndose a si mismo al recordar eso. – Caos... destrucción... aun no se como sucedió el milagro de que yo sobreviviera.
El militar lo examino de arriba abajo, desconfiando de las palabras del chico abiertamente, esperando a que se derrumbase. Cuando se harto de esperar, quito la pata de la cama, y se dirigió a la puerta sin decir nada más. Se paro en el quicio, antes de salir.
- Chico... Alexander, si es que realmente te llamas así... Se quien eres. Se lo que pretendes. Y no olvides que hagas lo que hagas, yo, el oficial de primera Terrus, estaré vigilando tus movimientos... En cuanto te reveles, será un placer para mí ajusticiarte. – Dijo, condenándolo, y saliendo de la casa, siendo consciente de que tan solo tenia conjeturas, y ninguna prueba real.
Sarai suspiro aliviada e hizo un gesto maldiciéndolo, acercándose después a la cama, dando un par de golpes a la mancha de la huella de Terrus. Miro al chico.
- ¿Cuándo has recordado de que color es nuestra bandera? - Ahora mismo... conforme hablaba. He recordado eso, el crepitar de la madera, y la sensación de ser un pelele movido por el mar... no es algo digno de recomendación. – Dijo, ligeramente apesadumbrado. Por un momento, se ilumino su cara – Por cierto, ¿ese es mi nombre? ¿Alexander? - Bueno... en realidad no. – Respondió la mujer, sentándose en el quicio de la cama, y mirándolo, intentando tranquilizarlo por las posibles ilusiones que se hubiera hecho en ese momento. – Así se llamaba mi hermano. Hace muchos años que desapareció en combate, ya nadie se acuerda de el... y lo cierto es que tu te pareces mucho a el. – Dijo, sonriendo con nostalgia. – Espero que no te importe concederme el honor de rebautizarte... al menos hasta que recuerdes quien eras. - Claro...
Alex sintió como si de repente engordara cientos de kilos y se quedara clavado a la cama. Se dio cuenta de lo trivial que era un nombre, y a la vez, el significado que tenia. Realmente... ¿Cómo se llamaría? ¿Dónde habría nacido? ¿Tendría razón Terrus en sus acusaciones?
Sea como fuere, su cabeza no tenia intención de cooperar... por lo que intento alejar esos temas de su cabeza. Vio como Sarai lo miraba, ligeramente preocupada.
- He llamado al doctor del pueblo. – Añadió, cuando se dio cuenta de que la miraba. – Lo más probable es que venga a lo largo de la tarde... hasta entonces, lo mejor es que no te muevas e intentes descansar mas... y no vuelvas a preocuparte por Terrus. Tan solo es un héroe de guerra venido a menos con demasiado tiempo libre... – Dijo, dedicándole una sonrisa.
Alexander hizo lo mismo a su vez, sintiendo como le dolía la cara, y se volvió a recostar... Intentando poner la mente en blanco, y dormir. No le fue demasiado difícil.
Tan solo tenia que pensar en su pasado.
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